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lunes, 27 de agosto de 2012

Lanata: El negocio de la información, por Maria José Sanchez


“Si la verdad falta a su voz,
la palabra, como un vano cohete,
caerá apagada a tierra,
en el silencio de la noche”.
(José Marti)

Lanata se vendió. Como una cosa, como se vende un mueble, o se remata al mejor postor. Y las cosas, usualmente, se venden por plata. Y las personas también. Escribo esto así para que se sepa desde donde hablo, honestidad intelectual, le dicen. Como si hubiera honestidad no intelectual. Pero bueno, me paro desde esa percepción personal para escribir esto que sigue.
Aunque algunos referentes de la atomizada oposición lo nieguen, Lanata se ha convertido en el guionista necesario, aquel que los provee de temas y denuncias, difícilmente comprobables. De hecho, al negar que el periodista que antaño fuera referente de una centro izquierda ilustrada les da la letra que ellos por sus propios medios no encuentran, es una manera de, si bien no afirmarlo categóricamente, si dejarlo entrever.


Lo que ocurre es que había un vacío que el devenido vocero de la derecha tradicional ha venido a llenar. Las ideas no cambian, los principios no mutan, lo que sí se transforma es la realidad y con ella, algunas personas. Ya se ha dicho en muchas partes y suscribo al escribirlo aquí que era muy fácil y cómodo oponerse a las políticas neoliberales de los ’90. Aquellas que aun padecemos, las que prostituyeron la economía argentina, remataron su patrimonio, comprometieron seriamente el futuro de millones de niños y jóvenes por la falta de educación, políticas de salud y, por supuesto, la falta de comida en la panza. Era el lugar en el que se tenía que estar: en la vereda de enfrente. Pero sucede que muchos de los periodistas que no se oponían al menemismo, hoy se codean con Lanata, apiñados en la recalcitrante baldosa de los desestabilizadores, de los lobbistas, de los que usan la profesión periodística como caja registradora.
            Entonces Lanata se erige en ese habitáculo oscuro, no como un converso, sino como el estandarte y vocero de un grupo mediático y económico que comprende periodistas, políticos, escritores y demás pensadores llamados a sí mismos ‘independientes’. Colocados todos juntos bajo el techo del monopólico Clarín y de La Nación, sostenes ideológicos y pilares orgullosos de las perores épocas de nuestra historia. Ahora Lanata trabaja por y para defender los intereses que antes denostaba. Lanata, que dejó sin trabajo y sin indemnización a decenas de colegas. Lanata, que trabaja para el diario que, según él mismo, “montó ilegalmente Radio Mitre”, donde ahora él tiene un programa, y el canal de televisión del que él mismo dijo que Clarín obtuvo del menemismo, el Trece.
            Puede que entre estas líneas haya una nota de rencor no planeada, ha de ser por el recuerdo de otros años, otras investigaciones, otro Lanata. Pero no es contra él, sino contra la venda que muchos tuvimos sobre nuestros ojos cuando lo leíamos confiados, cuando creíamos que ocupaba ese lugar porque realmente creía en la verdad como fuente de información, como sustento. Nos equivocamos.
            Pero no hay que negar que hace un muy buen trabajo, cumple el rol para el que fue contratado por Clarín a la perfección. Y no es un clon satánico de aquel conductor del Día D, es él. Es él. Amén de las posiciones políticas y las opiniones vertidas, de la catarata de mentiras y difamaciones que no voy a  ponerme a analizar aquí, Lanata viene a representar todo lo que no quiero ser. La información es un derecho, pero él la hace un negocio, entonces la perspectiva y la verdad se hacen prescindibles, casi innecesarias.
            El discurso que viene a imponer este periodista es adoctrinador, no planta ideas para que crezcan y se reproduzcan pensamientos, sino que inserta consignas, titulares autistas que no apelan a la capacidad de análisis de quien los oye, sino que intentan evitar el razonamiento. Se disfraza de verdad lo que se sabe infamia. Hace que sus seguidores se queden cómodos y calentitos bajo esa estructura de pensamientos, donde solo caben las personas de bien, las que se creen que son los únicos que trabajan, sufren, pagan, compran, viven y mueren en este país.
            No tenemos que pensar todos igual, por suerte, de eso se trata la democracia. No tenemos que salir a decir que hay libertad de prensa, pues eso lo afirman quienes gritan en los diarios, las radios y la televisión que no la hay, mientras se expresan con soltura. No perdamos nunca la capacidad de análisis individual, desconfiemos de toda la información hasta poder sacar nuestras propias conclusiones, porque sino terminaremos asintiendo como autómatas a lo que digan personas como Lanata y no vamos a querer abrir la mente por miedo a que nos roben el cerebro. 

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