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sábado, 24 de mayo de 2014

Un clásico del cine para entender los juicios por jurados

La provincia de Buenos Aires decidió distribuir Doce hombre en pugna para que los ciudadanos se familiaricen con los juicios por jurados. Aunque hay diferencias con la situación jurídica local, la película refleja la complejidad de los procesos y sobre todo, el peso de las subjetividades al momento de tomar una posición.

Los doce jurados entran a la sala con la premisa de llegar a un veredicto unánime sobre un caso de parricidio. El acusado es un chico de 18 años, marginal, de una historia de vida llena de conflictos con su padre. El juez ya dio las instrucciones: “Si albergan una duda razonable sobre la culpabilidad del acusado deberán emitir veredicto de inocencia. Si no existe duda, deberán, con la conciencia tranquila, declararlo culpable”.  Los doce hombres se acomodan en torno a una mesa. El presidente pide votar: once, culpable;  uno, inocente. No alcanza. Todos tienen que levantar para que el veredicto sea válido.


Así comienza “Doce hombres en pugna”, la película de 1957 dirigida por Sidney Lumet y protagonizada por Henry Fonda, que el gobierno de la provincia de Buenos Aires va a distribuir en escuelas, universidades y colegios de profesionales, para “concientizar sobre la función de un jurado que debe resolver la inocencia o culpabilidad de un imputado”.
El film narra el debate entre los miembros de un jurado que tiene que definir si el acusado es el autor de un homicidio en primer grado, delito que se paga con la silla eléctrica. Si bien hay diferencias con lo que marca el Código Penal argentino, el filme refleja la complejidad de un debate de estas características y sobre todo, el peso de las subjetividades al momento de tomar una posición.
En la película, doce hombres son los que componen el jurado –hasta 1968 la participación de mujeres en los juicios de Estados Unidos era casi nula– el mismo número que se prevé para Buenos Aires. Con la diferencia de que, acá sí o sí, el jurado será mixto y en partes iguales.
Sentados en el típico corralito con barandas de madera, los doce escuchan las instrucciones del juez que preside el juicio. “Es su deber separar los hechos de la fantasía”, dice el juez desde el estrado y remata: “Un hombre ha muerto, la vida de otro hombre está en juego”.   

Un grupo tan heterogéneo como la sociedad
Los doce hombres no se conocen entre ellos. Sólo se vieron durante los seis días de audiencias. Apenas quedan encerrados, empiezan a tratar de congeniar. Las diferencias de criterios sobre el caso, y sobre la vida en general, aparecen enseguida en un grupo tan heterogéneo como la sociedad. 
El jurado 1, el presidente, tiene poco más de 40 años y su única preocupación parece ser cumplir con las formas de la deliberación. El 2 es empleado de un banco, dubitativo, influenciable. El número 3 es propietario de una empresa con 37 empleados, de carácter irascible, prejuicioso, con un profundo odio de clase. El 4, poco más de 35, corredor de bolsa, dueño de un pensamiento fáctico.  El jurado 5 es el más joven, 25 años; desempleado, criado en un barrio marginal, igual que el acusado. El 6 es pintor de casas, 40 años, un estereotipo del obrero alienado. El jurado 7 es comerciante y en lo único que piensa es en que todo termine rápido: un partido de Baseball lo espera.  El 8, personaje central del film, es arquitecto y el único que tiene dudas y cuestionamientos sobre lo que planteó la acusación. El jurado 9 es jubilado, más de 70 años, comprensivo  e ignorado. El 10 tiene más de 40 años, es mecánico, inflexible y prejuicioso. El jurado 11, 55 años, relojero, extranjero, respetuoso. Por último, el 12, 30 años, publicista, el más influenciable de los jurados.  
Mientras se reúnen, el sol quema el asfalto. Es el día más caluroso del año y en el cuarto en el que están los ventiladores no funcionan. El calor es otro de los factores para irse rápido.
La duda como pilar del sistema
Los jurados votan: once creen que el chico es culpable, uno solo duda, entonces vota por la inocencia. El díscolo es el jurado 8, quien cita el principio de inocencia y la Constitución.
Todos argumentan por qué creen que el chico es culpable. Se apoyan en los testigos, en la navaja secuestrada por la policía, en la debilidad de la coartada. Pero el 8 comienza a desmontar uno por uno los argumentos.
El conflicto está instalado en la sala de jurados. El debate deja de lado el caso y las diferencias personales comienzan a ocupar el centro de la discusión. Las experiencias de vida son las herramientas con las que los jurados analizan los hechos. Entre todos, parten desde sus saberes para comparar el real y lo posible. 
Las votaciones se repiten. Poco a poco los jurados cambian sus posturas. El jurado 8 ya no está solo. Los prejuicios, la falta de argumentos, el estigma del “otro” se desnudan en el debate. En la sala se producen muchas de las actitudes que en el imputado son vistas como condenatorias. “Este tipo de personas son así, violentos por naturaleza, mienten, para ellos la vida humana no significa tanto como para nosotros. También tienen cosas buenas, soy el primero en reconocerlo”, dice el jurado 10 y los demás lo miran sorprendidos.
 La película sigue en esa tesitura hasta que 8 junta todos los votos. Su duda es la que puso en jaque la mirada sesgada de los demás. La duda es lo que hace valioso al sistema.  

Fuente: Infojus

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