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viernes, 9 de marzo de 2012

La verdad y los actos de fe, Por Dante Palma

En 1983, el filósofo francés Michel Foucault, brindó una serie de conferencias en Estados Unidos que fueron publicadas en español bajo el título Discurso y verdad en la antigua Grecia. Allí tematiza desde una perspectiva novedosa el que puede verse como el tema central de buena parte de su obra: el problema de la verdad. Para indagar en un asunto tan caro a la filosofía proponía un retorno a los griegos y, en particular, a un análisis de dos referentes ampliamente controvertidos como Sócrates y Diógenes, el cínico. Sin embargo, también fue de interés de Foucault analizar la forma en que aparecía tematizada la verdad en las tragedias griegas de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Dicho esto, la sospecha que tengo es que algunas de las categorías y reflexiones del pensador francés pueden ayudar a comprender las profundas dificultades que hoy padece el mundo y la Argentina en particular, respecto de la “inseguridad informativa”.


Foucault considera que si se comparan dos tragedias clásicas como Edipo Rey de Sófocles e Ión de Eurípides, es posible encontrar allí dos tramas bastante similares y, sin embargo, dos concepciones de la verdad claramente antagónicas.

Usted recordará que Edipo desconoce quiénes son sus padres y existe toda una serie de acciones de hombres y mujeres que buscan mantener en secreto el vaticinio verdadero que desde un principio había realizado el dios encargado de indicar la verdad a los hombres: Apolo. De este modo, en una estructura clásica, el dios tenía la verdad y los hombres buscaban escapar a esa determinación, algo que, dado que se trata de una tragedia griega, no podrían lograr.

En la obra de Eurípides también se da que Creúsa, madre de Ión, desconoce el paradero de su hijo y no logra reconocerlo cuando éste la recibe en tanto servidor del templo de Delfos. Ión tampoco logra identificar que esa mujer que acaba de llegar es su madre y que el motivo por el que ella se presenta allí es, justamente, consultarle al oráculo si él se encuentra con vida. El punto es que, a diferencia de lo que ocurría en Edipo Rey, aquí es Apolo el que oculta la verdad, el que miente, y son los humanos los que finalmente logran imponerse a ese silencio. En la primera obra, entonces, la verdad era dicha por el dios y eran los humanos quienes intentaban evitarla, sin éxito. En la segunda, son los humanos los que tienen la responsabilidad de alcanzar la verdad aun contra la voluntad del dios y, finalmente, lo logran.

De aquí que en el texto de Eurípides, cuando la búsqueda de Ión y su madre, Creúsa, llega a su fin, la vergüenza y el sentimiento de culpa embargan a Apolo y éste decide no dar la cara, enviando en su lugar a Palas Atenea. De lo dicho, Foucault extrae la siguiente conclusión: “El motivo principal del Ión se refiere a la lucha humana por la verdad contra el silencio del dios: los seres humanos deben lograr, por ellos mismos descubrir y contar la verdad. Apolo no dice la verdad, no revela lo que conoce perfectamente, engaña a los mortales con su silencio o cuenta puras mentiras, no es lo bastante valiente para hablar él mismo, y utiliza su poder, su libertad y su superioridad para ocultar lo que ha hecho”.

Saltar de estas interesantísimas reflexiones a la actualidad del periodismo es una afrenta a la civilización occidental pero creo que hay que hacer el esfuerzo. Sé que muchos de ustedes, al leer esta cita de Foucault intercambiaron el nombre de Apolo por el de Magnetto pero a mí me interesa quitar los nombres propios o, en todo caso, dejar que cada uno haga el intercambio correspondiente, pues al fin de cuentas, si bien el caso argentino tiene su especificidad, podría decirse que la crisis de un periodismo transformado en poder dominante que busca, y generalmente logra, someter a los gobiernos, es moneda corriente en todo el planeta.

La crisis del periodismo, que tanta veces he trabajado desde esta columna, puede retomarse, entonces, como el paso de la verdad tal como se la entendía en Edipo Rey a la verdad tal como se la entendía en Ión. Esto es, si en el primer caso se consideraba que el periodismo era el encargado de comunicar la verdad a los hombres, ahora son los propios hombres los que deben alcanzarla incluso contra la voluntad de ese periodismo que nunca da la cara y manipula la información según sus intereses.

Ahora bien, esto puede funcionar como un hermoso slogan pero en la práctica, esta “inseguridad informativa”, categoría utilizada por Ignacio Ramonet, genera grandes dificultades pues implica al ciudadano de a pie un tremendo esfuerzo para alcanzar verdadera información, especialmente cuando se trata de problemáticas que suponen una especificidad técnica. Por ejemplo, ¿se puede opinar sobre minería si muy pocos saben de lo que se está hablando y si dos expertos en la televisión son igualmente persuasivos pero afirman cosas diametralmente opuestas? ¿Se puede hablar de la tragedia de Once si la información que da cada diario responde a su interés y tergiversa declaraciones y números? ¿Cuántas personas en el país saben de política energética? ¿Son esas personas las que tienen micrófono alquilado en los medios?

Hay algunos periodistas que insólitamente consideran que la culpa de esta inseguridad en la información es del gobierno kirchnerista que desnudó los intereses de los medios dominantes y logró, como mínimo, ponerlos a la misma altura que los partidos políticos, en el sentido de remarcar que tanto éstos como aquéllos son grupos de interés y que si se desconfía de unos hay buenas razones para hacerlo también de los otros.

Tales periodistas consideran que este descrédito genera una profunda crisis y alimenta la desconfianza en la sociedad toda. Tienen razón, pero lo que nunca dicen es que tal situación se debe a sus incesantes y vergonzosas operaciones de prensa y falsedades manifiestas. En este sentido, la conclusión de estas líneas no se dirige a afirmar cosas tales como “los medios mienten, el gobierno dice la verdad”. Creo que muchas veces es así pero a su vez no existe gobierno en el planeta que acierte siempre o que no pretenda ocultar o excusarse de sus errores. Lo que está en juego acá es que ante la imposibilidad de alcanzar una información confiable y en la medida en que es imposible exigirle a todo ciudadano que después de trabajar se ponga a investigar si lo que le dicen los diarios es correcto o no, lo que resta es una especie de vínculo de fe: “creo en tal político, creo en tal diario. Otros dicen cosas distintas pero yo elijo creerle a este político y a este diario”

Para algunos, todo lo que le pasa a Macri es culpa del gobierno nacional y para otros todo lo que Macri hace está mal. Lo mismo sucede con CFK: no importan los logros de gestión pues para el que quiere ver que todo es una confabulación monto-camporista siempre está a mano la carta infalible de la acusación de que lo que hacen bien es parte de una impostura para ganar legitimidad social.

Ahora bien, en este contexto ¿se puede hacer algo más allá de, por supuesto, librar una batalla por la hegemonía, la cual, claro está, no es una batalla por la verdad? Sí, se puede tratar de ser honesto y, si se tiene el tiempo y el deseo, transformarse en un artesano cuyo material informativo sean fuentes de confianza diversas y hasta heterodoxas. Sin embargo, a la vez, hay que reconocer que mucha gente honesta no tiene ni ese tiempo ni ese deseo en ocuparse en la búsqueda de fuentes alternativas de información y que prefiere, en sus ratos libres, esparcirse o realizar otras actividades muy loables, por cierto. Estos casos se transforman en francamente enigmáticos y por momentos inexpugnables porque el apoyo que brindan, sea a un diario, sea a un político, se parece más a un acto de fe lo cual tiene como consecuencia que sus muy eventuales cambios de posición sean algo tan difícil como una conversión religiosa.


publicado el 8/3/12 en Veintitrés

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