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miércoles, 1 de febrero de 2012

Liberalismo al palo, por Mario Paulela

Pensemos. ¿Qué les queda? Y, es poquito. Salir a convertirse en figuras admonitorias y sombrías como el viejo Alsogaray, para quien el propio Martínez de Hoz era "socializante". Defender la doctrina de Milton Friedman hasta la muerte. La de los demás, claro.
Desde Lanata a Berenzstein, del diario La Nación al Grupo Clarín, la oposición al Gobierno sale a arreglárselas como mejor puede para bancar una ideología insostenible. Especialmente después de 2001. Que hoy los liberales argentinos (una curiosa contradicción práctica de términos) salgan a pregonar sus envejecidas ideas criminales, hace acordar a cuando las cucarachas huyen en masa del insecticida.

Por cierto, si falta hace aclararlo, que están desbandados. Manotean cualquier cascote, usan cualquier argumento. Te quieren convencer de que para curar el resfrío tenés que tomar cianuro.
Así como para el diario Clarín, Famatina desapareció mágicamente como tema nacional cuando se paró el proyecto, y el diario La Nación se convirtió a la religión ambientalista porque Cristina criticó a ese grupete de movimientos internacionales; así, digo, el tema del SUBE se ha propuesto como una forma más de los medios gorilas de ejercer un vistoso y potente control social. Como es usual, por medio del miedo.
Las largas colas para obtener las tarjetas, a las que pocos daban bola antes, cuando desde los mismos medios hegemónicos se ponía en duda su aplicación, son el nuevo cascote de los operadores mediáticos. Hacen gala de el miedo que han inoculado en su clientela clasemediera: miedo al boleto más caro, miedo a que el Estado tenga tus datos. Miedo, miedo. Los mismos que entregan hasta el ADN del abuelo para participar en una promo de un shopping o que entregan hasta el grupo sanguíneo para una tarjeta de puntos de un supermecado, sienten que el Estado invade su privacidad cuando pide los datos básicos a la hora de entregar la SUBE.
Es liberalismo ultra. Ese curioso anarquismo mediopelero que desconfía del Estado pero entrega alma y culo al sector privado sin el menor temblor de pulso, como ese Partido Liberal Libertario que inventaron los chicos de La Nación para la ocasión. Eso es lo que exacerban los agentes del oposicionismo argentino, tanto por derecha como por izquierda. Apóstoles de la libre empresa que critican los emprendimientos mineros, adoradores de la dictadura del mercado que se preocupan por las restricciones a importaciones de productos de tercera o cuarta necesidad pero no les genera contradicción cuando esa misma restricción se aplica desde EEUU, Alemania o Brasil. Parecen (son) abogados de las causas extranjeras. De todas. Lanata lo es de la causa colonial británica, por ejemplo. Es decir, seres capaces de trabajar en contra de los intereses del país en que han nacido con tal de herir al gobierno que detestan. La doctrina de "si lo hacen afuera está bien pero si lo hacen acá está mal" capea en todas sus formas y colores sin el menor pudor.
La SUBE no es la excepción. Terrorismo de baja intensidad, que le dicen.
Ah, aquí hay una foto de la Oyster Card, tarjeta de viaje de la ciudad de Londres, capital del conocido país chavista llamado Gran Bretaña. No sólo requiere de los datos personales del usuario (y en algunos casos hasta su fotografía), sino que es intransferible. O sea que no se puede sacar un pasaje a otra persona con ella. Este mismo sistema hay en ciudades de EEUU, en Francia y Alemania, todas conocidas republicas populistas.
Fíjese la fotito y piense, lector, por último, qué hubiera pasado acá si a la SUBE le poníamos la foto de Cristina. O de Máximo.
Embolia para Morales Solá, como mínimo.

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