Por Luis D'Elía*
Hace diez años se cerraba un período en el que había dominado un patrón de acumulación del capital, impuesto por la dictadura cívico-militar de 1976. El golpe de Estado más sangriento de nuestra historia produjo un salto cualitativo en la economía del país, con la destrucción sistemática del aparato productivo y, por ende, de la clase trabajadora.
El retorno de la democracia formal significó mejoras en las relaciones sociales, pero también un deterioro de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, porque las dirigencias políticas que condujeron el Estado aplicaron a rajatabla las políticas de ajuste dictadas por el imperio.
Durante la devastación neoliberal conservadora que arrancó con la “economía de guerra” de Alfonsín, y concluyó con el Menem-duhaldismo/Alianza, se forjó una resistencia popular que comienza con los grandes paros nacionales con la conducción de Ubaldini, con la lucha de los estatales que se resistían a la destrucción del Estado; se prolonga con el asesinato de Víctor Choque en Ushuaia, con la creación de la CTA; con Cutral-Có, Plaza Huincul, Mosconi, Tartagal, Cruz del Eje; pasa por la Marcha Federal, la Marcha y Carpa Blanca, y el MTA movilizado; se transforma en una amenaza urbana en el Matanzazo, los esfuerzos democráticos del FRENAPO, y finalmente estalla en un brutal “que se vayan todos” el 19 y el 20 de diciembre de 2001.
Y es la masacre del puente Pueyrredón la que para entonces le da una puñalada final al modelo neoliberal conservador, que fallecía para siempre en la cabeza y en el corazón del pueblo argentino. Habían pasado con crudeza por nuestras tierras el Plan Cóndor y el Consenso de Washington. Recién en el traspaso presidencial de Cristina a Cristina, democracia y poder vuelven a ser la misma cosa.
Es importante que los actores del campo del pueblo podamos identificarnos con claridad para no quedar “en un mismo lodo todos manoseados”. Treinta mil compañeros detenidos desaparecidos durante el Plan Cóndor, cien niños muertos por día por causas evitables durante el Consenso de Washington: por las balas o por el hambre, el águila dejó una dura marca en el lomo de nuestro pueblo.
Que el presente sepa identificar conductas y no premie traidores sin patria, a los que les da lo mismo Menem, Duhalde o Kirchner siempre y cuando no toquen sus sacrosantos intereses personales.
Cuando vemos la reacción de los indignados en Europa, muchos de nosotros murmuramos en silencio “esa película ya la vimos”, un verdadero déjà vu de la historia, donde la mezcla de moneda dura, el cercenamiento de derechos de los pueblos y el ajuste permanente de los presupuestos nacionales trazan un camino que sólo conduce al abismo.
Cuando miramos la historia de nuestras crisis recientes, cuyas heridas todavía no han cicatrizado, y a diez años vista contemplamos el planeta, nos parece increíble que el eje norte-norte hoy esté siendo víctima de su propia ignominia y esté bebiendo los venenos que látigo en mano le hizo beber al sur-sur pobre de la Tierra.
Islandia, Grecia, Portugal, España, Irlanda, camino a la bancarrota. La vieja social democracia del norte europeo, con una vieja tradición de respeto a los derechos humanos, hoy se corre aterrorizada a la extrema derecha, votando regímenes pseudo nacionalistas, racistas y xenofóbicos.
Italia, acudiendo a salvatajes financieros que suelen hundir a quienes los reciben, es la premonición de que el final está cerca a pesar de los ingentes esfuerzos por salvar el corazón de la Eurozona de “Merkozy”.
Estados Unidos, con 60 millones de pobres, en por lo menos diez de sus estados ha derogado la mayoría de los derechos laborales alcanzados por la clase obrera de ese país en cien años, a pesar de las enormes movilizaciones como las de Wisconsin, censuradas por la mayoría de la prensa internacional.
El grito “que se vayan todos” lanzado por el pueblo argentino el 19 y 20 de diciembre de 2001 recorre todo el planeta, las contradicciones imperio-nación, oligarquías coloniales-humanidad se instalan en cada pueblo.
¿Cuál será la salida? ¿Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel, la OTAN elegirán el camino de la guerra para resolver sus propias crisis, como ha sucedido otras veces?
La agenda de debate mundial gira en torno a necesidades elementales, como agua, alimentos, biodiversidad, tierra, clima, petróleo, energía nuclear, gas. ¿Privará la solidaridad planetaria para el uso racional de todos estos bienes o se impondrá el matonismo imperial muñido de armamento nuclear, que asegure la subordinación de los pueblos del mundo?
Siria es la prueba de fuego: allí no hay petróleo, por lo tanto no es un lugar atractivo para el bloque dominante, donde pueda imponer su fuerza y con posterioridad sus empresas.
Pero si la OTAN cede a las presiones de Israel y Estados Unidos para invadir Siria o finalmente Netanyahu y Lieberman deciden unilateralmente atacar Irán (principal proveedor de petróleo de China), la humanidad corre riesgos altísimos de consecuencias absolutamente imprevisibles.
Que el recuerdo de aquel 19 y 20 de diciembre y que el actual grito de los indignados en el norte-norte de la Tierra siga siendo la voz de los pueblos que están demandando paz, justicia, libertad, igualdad, fraternidad ante quienes quieren imponerle al mundo la barbarie y la muerte con la única bandera de la guerra en defensa de sus mezquinos intereses.
En Argentina las luchas de nuestro pueblo, Néstor y Cristina han abierto un camino nuevo con buena parte de las naciones latinoamericanas.
Hemos puesto límite a la voracidad de los organismos multilaterales de crédito y sus cómplices, a las corporaciones, a los intentos pro-coloniales, al intervencionismo imperial, y estamos dispuestos a construir un continente para todos, que rescate y concrete los sueños libertarios de los padres fundadores.
La clase obrera argentina con su historia, con sus mártires, con sus luchas y con sus claroscuros se anticipó diez años a la crisis del capitalismo mundial.
(*) Profesor Luis D’Elía, presidente de la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) y del partido M.I.L.E.S.
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