Esta joven química vive en Mar del Plata, con David, su marido de nacionalidad alemana, a quien conoció en 2003 cuando ganó una beca de intercambio para realizar su doctorado en Berlín. Su área de investigación es la fotónica, especialidad que en un futuro podría reemplazar a la electrónica.
"Volví definitivamente porque entendí que lo que estaba pasando en mi país era un momento único, finalmente existía la persona que quería cambiar las cosas y lo hacía posible", afirma Cecilia Mendive (37), mientras desembala la mudanza y se acomoda, por suerte, otra vez en casa, en una entrevista que concedió a la página oficial de Tecnópolis. Cecilia es la científica repatriada número 800 y regresó a nuestro país tras siete años de vivir, estudiar y trabajar en Alemania. Lo hizo gracias al Programa Raíces (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior), del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mincyt), creado para promover la permanencia de investigadores y científicos en el país y, también, para acompañar el retorno de aquellos que se fueron en busca de trabajo en el exterior, en un momento en que la Argentina no ofrecía oportunidades para el desarrollo de proyectos vinculados con la investigación científica y tecnológica.
Volvió con David, su marido de nacionalidad alemana, a quien conoció en 2003 cuando ganó una beca de intercambio para realizar su doctorado en Berlín. Actualmente, la pareja vive, junto a sus dos perros (uno de los cuales acompaña a Cecilia hace quince años, incluso los que pasó en el exterior) en Mar del Plata, donde hace lo que saben, lo que estudiaron y lo que los apasiona en la Universidad Nacional de Mar del Plata.
No volvió de un lugar inhóspito, en el que apenas sobrevivía y la pasaba mal sino del sitio que la recibió para que hiciera lo que más le gustaba, donde creció profesionalmente y pasó momentos de inmensa felicidad.
- ¿Cómo fue desembarcar en Alemania?
- Me fui sin saber alemán, sólo manejaba inglés y viajé casi de casualidad: cuando nos recibimos, mis compañeros y yo nos anotábamos en todo lo que había: becas del Conicet, del exterior, viajes? Lo hacíamos porque queríamos seguir laburando. Pensá que yo tardé en terminar la carrera diez años porque, al principio, trabajaba en cualquier cosa, hasta que entré como becaria en el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial). De cualquier manera, la plata no alcanzaba. Cuando me aprobaron la beca en el Conicet fui la mujer más feliz del mundo, sentía que me iban a pagar por estudiar. Al mismo tiempo, me salió la beca para Alemania, lo hablé con mi director, me dijo que le parecía bien y decidí irme.
- ¿Qué recordás de tu experiencia universitaria?
- Estudié en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires desde 1992 hasta el 2001. Di la última materia entre los cacerolazos. Fue una época muy difícil: me levantaba temprano, iba a trabajar al INTI, después a la facultad? Llegaba a casa a la medianoche pensando que tenía que elegir entre comer, bañarme, dormir o hacer los ejercicios para el día siguiente. Promediando la carrera, y con la flexibilización laboral de los '90, dejé de ser becaria para pasar al contrato de locación, lo que implicaba no saber por cuánto tiempo iba a tener ese trabajo. Comenzó el desastre del país: se cerraron laboratorios, no había clases prácticas y la facultad perdió el estándar de calidad internacional. La frase de cabecera era "no se puede por falta de presupuesto". Todos estábamos en la misma situación, pero nos dábamos aliento para seguir adelante. A mí no me alcanzaba para el colectivo, ahorré hasta el punto de no comprarme el mate cocido de la tarde, para poder comprarme una bici usada e ir a la facu pedaleando.
- ¿Cuál era tu sensación?
- Sabía que estudiar y recibirme era una salida, aunque no una garantía. Había un estado de infelicidad y de impotencia generalizado porque te rompías el alma pero no había presupuesto para nada. Todavía hoy, cada vez que escucho esa frase, me parece una sentencia y me hace mal. Cuando tuve la oportunidad de irme al exterior, lo hice también para recuperarme mentalmente, porque estas situaciones me generaron mucho sufrimiento y lo peor, me dieron una perspectiva deprimente y desoladora que ni siquiera correspondía con mi edad.
- ¿Cómo fue la experiencia en el exterior?
- Lo mejor fue conocer a mi marido, David. Los alemanes, contrariamente a lo que se piensa, son muy cálidos y agradables. A nivel institucional no me impresionó porque los recursos humanos son como los nuestros, me llenó de orgullo comprobar que lo que dicen de los argentinos es real, que estamos muy bien preparados. Lo que me sorprendió fue la movida cultural que hay allá. Estuve trabajando en varias ciudades (Berlín, Hannover y Bonn), hice dos post doctorados y el último año estuve como líder de grupo. Mi jefe hizo lo imposible para que no volviera a la Argentina, pero acá estoy.
- ¿Por qué decidiste regresar?
- Siempre tuve la idea de volver. A partir de 2008, los debates políticos y de ideas que surgieron, me movilizaron porque yo soy de la generación descreída, vapuleada y con el cerebro quemado. Los que sobrevivimos a esto, volvimos a creer. Hice el clic un día que me llegó un email del Conicet informando que nos aumentaban el sueldo tres veces. Pensé que era un spam, la llamé a mi mamá para preguntarle si era cierto y decidí que quería volver para ser parte de este cambio.
- ¿Cómo fue la vuelta?
- Volví con un paquete: entré como investigadora del Conicet, con un proyecto de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y con el programa Raíces, que interviene en el traslado y apoya para la repatriación. Para David, yo planteé la inquietud de qué iba a hacer él acá y por mi inquietud se creó el programa para cónyuges de científicos repatriados.
- ¿Cuál es tu visión del mundo científico argentino hoy?
- Una de las primeras cosas que hice cuando estuve en el país fue ir a la Facultad de Ciencias Exactas: casi me caigo de espaldas cuando la vi, todavía salto de alegría. Laboratorios que permanecieron cerrados durante años, hoy están en funcionamiento pleno. Yo no puedo evitar comparar lo que veo con lo que dejé cuando me fui, ahora la Facultad tiene el estándar internacional que había perdido. El impacto de volver fue altamente positivo. Ahora veo Tecnópolis y me parece una idea maravillosa porque puede generar más conciencia en los chicos sobre la posibilidad de estudiar ciencia.
Sobre Cecilia
Es doctora en Química de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y regresó en diciembre de 2010 para trabajar en el Departamento de Química de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Su área de investigación es la fotónica, especialidad que en un futuro podría reemplazar a la electrónica.
En noviembre de 2009, Cecilia participó de la primera reunión de científicos argentinos residentes en Alemania, organizada por la Dirección Nacional de Relaciones Internacionales y que se llevó a cabo en la Embajada Argentina en Berlín con la participación de más de 100 investigadores. El encuentro fue el puntapié inicial para la creación de la Red de Científicos Argentinos Residentes en Alemania.
Cecilia decidió estudiar química casi por casualidad: "Me gustaba todo, desde las ciencias sociales hasta las exactas. El día que fui a inscribirme en el CBC, me encontré con unas compañeras del secundario que habían decidido entrar en la Carrera de Química. Me pareció que así estudiaba dos cosas que me apasionaban, la matemática y la biología. Después entendí que era mucho más que eso y me enamoré de la química".
Fuente: Diario La Capital
Fuente: Diario La Capital
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