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domingo, 19 de junio de 2011

Militancias periodísticas

Por Vicente Muleiro (*) / Tiempo Argentino



Si de periodismo militante hablamos, no hay ejemplos más claros que los de la última dictadura militar. Los grandes diarios se asociaron al poder carnicero mucho antes del 24 de marzo de 1976. 



Guardo la leve sospecha de que cuando Manuel Belgrano fundamentó la aparición del primer periódico de nuestra vida independiente en la necesidad de que todos debían enterarse de las medidas de “un nuevo sistema” estaba cometiendo un acto de militancia. Antes de La Gaceta, en la era colonial, un dilecto de Belgrano, Juan Hipólito Vieytes, alentaba desde el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio la renovación técnica del quehacer agrario y “de todos los ramos de la industria” para terror de la proto Mesa de Enlace de entonces. Suavemente intuyo que, entre los estornudos que le provocaba llevar adelante su jabonería, Vieytes se tomaba su tiempo para escribir-militar.
Ninguno de los polígrafos del incipiente periodismo nacional –tampoco El Telégrafo Mercantil (1801-1802)– se propuso ocultar sus objetivos de transformación económica, moral y política encandilados con las ideas de la Ilustración. En el tan frecuentemente faccioso siglo XIX es difícil encontrar alguna hoja que se proponga una falsa ética de la objetividad o de sabia equidistancia entre intereses en pugna, aunque sí se pueden rastrear numerosos y hasta divertidos ejemplos de la exacerbación tipográfica. La aparición de la moderada revista femenina –y escrita sólo por mujeres- La Camelia, en 1852, desconcertó tanto a los varones de pluma en mano que Benjamín Victorica, bajo el seudónimo Fray Lima-Sorda, se despachó en verso desde una publicación satírica: “Y hasta habrá alguna vez alguno/Que porque sois periodistas/Os llame mujeres públicas.” La militancia burlesca sobre el papel entintado atraviesa la historia del periodismo argentino con una policromía ideológica que abarca desde el anarquismo retumbante hasta el machismo escabroso de falsos frailes.    
Con el impacto de la inmigración y el arribo de ideologías emancipatorias los diarios que representan a “la gente decente” se ponen a militar contra los extranjeros. En esta línea La Nación se embarca en una cruzada antisemita tal como lo repasa Jorge Abelardo Ramos en el tercer tomo de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, editado por el Senado Nacional en 2006. Ramos recuerda que el diario aconsejó al gobierno no favorecer a la inmigración judía porque los judíos eran “sucios, indolentes e ineptos para las labores agrícolas y en todas partes donde se han reunido en número considerable han provocado cruzadas en su contra”. Se trataba de un puro acto de militancia, en este caso racista.
Pero si de periodismo militante hablamos, no hay ejemplos más claros que los de la última dictadura militar. Los grandes diarios se asociaron al poder carnicero mucho antes del 24 de marzo de 1976, contribuyeron a preparar el clima y se prestaron a vergonzosas operaciones de prensa como la de describir a los infiernos de los centros clandestinos como hoteles cinco estrellas. El mafioso pacto periodístico-militar que derivó en la apropiación ilegal de Papel Prensa no muestra a las empresas como rehenes de una tiranía ante la que por instinto de conservación había que prosternarse. Las exhibe como integrantes del golpe cívico militar. La generalización sobre la conducta “militante” de editores, redactores y cronistas se puede prestar, como toda generalización, al error. La conducta de las grandes empresas, a esta altura, no está demasiado clara.
Cuando en estos días vemos y leemos la arrasadora campaña de descrédito en contra de las organizaciones de Derechos Humanos sobreimpresa en El Shock de los Lender, estamos ante un acto de periodismo militante. Cuando leemos o vemos medios oficialistas y paraoficialistas estamos, verdad de Perogrullo, ante un periodismo militante aunque más valioso que otros en tanto no oculta su opción. 
Y para retomar la historia, cuando leemos notas espantadas ante la toma de decisiones soberanas –abrir las valijas de asesores militares estadounidenses, decomisar y resolver luego el conflicto en términos diplomáticos o reivindicar la integridad territorial– estamos ante un periodismo militante, en ese caso de viejo cuño colonialista aunque transcurra el siglo XXI. O sea: militar se milita siempre por acción u omisión. El tema es para qué y para quién. 

(*) Autor de 1976. El golpe civil. Subdirector de Radio Nacional.

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